A la luz de las recientes declaraciones y acciones de nuestro gobierno federal, nos vemos obligados a expresar nuestra solidaridad con la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos (USCCB), junto con diversos líderes ecuménicos y de fe, y muchos otros, en nuestro apoyo conjunto a los migrantes, refugiados y solicitantes de asilo.
La inmigración es un tema complejo y, en muchas ocasiones, una cuestión de vida o muerte que afecta la vida de muchas familias y niños. Si bien el sistema de inmigración de nuestra nación está gravemente roto y necesita urgentemente una reforma—y las inmigraciones de los últimos años son insostenibles—cualquier enfoque que convierta en villanos a quienes están en medio de una crisis humanitaria es inconsistente con el Evangelio de Jesucristo. Para los católicos, nuestros ministerios hacia quienes llegan a nuestras fronteras son una parte esencial de nuestras creencias religiosas profundamente arraigadas. Y aunque seguimos profundamente preocupados por la seguridad y el bienestar de nuestros fieles católicos, igualmente servimos y abogamos por aquellos que no pertenecen a nuestra Iglesia. En todo, nos motiva únicamente la palabra de Jesús. Esta motivación y fundamento de todos nuestros esfuerzos están expresados por el Papa Francisco en su reciente Bula Papal sobre el Año Jubilar de la Esperanza. Allí, el Santo Padre escribe: “Que las palabras del Señor en la gran parábola del Juicio Final resuenen siempre en nuestros corazones: ‘Fui forastero y me recibiste’ porque ‘cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos y hermanas, lo hicieron conmigo’” (Mt 25,35.40).
En los últimos años, nuestra Iglesia ha brindado ayuda humanitaria a refugiados y solicitantes de asilo procesados legalmente y traídos a nosotros por agentes de la Patrulla Fronteriza o ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas). Para ser claros, ninguno de ellos estaba indocumentado ni actuaba fuera de la ley federal. Encontrarse en persona con aquellos que huyen de la muerte, el hambre, la pobreza extrema, la persecución o el miedo profundo es casi siempre un encuentro intenso y poderoso con el mismo Cristo herido. Una vez más, motivados por el Evangelio de Jesucristo y las enseñanzas de nuestra Iglesia, insistimos en que la aplicación de la ley migratoria se dirija a los criminales violentos—cuya expulsión de nuestra nación respaldamos—pero también en que el Congreso tome medidas inmediatas para crear un sistema de inmigración que sea humano, sostenible, que reconozca la dignidad humana de todos y que sea fiel a los principios fundacionales de nuestra gran Nación.
Se ha escrito y afirmado mucho sobre el ministerio de la Iglesia Católica hacia los migrantes, refugiados y solicitantes de asilo. Algunas de estas afirmaciones son completamente precisas; muchas otras no lo son. Nuestra profunda preocupación por esta población vulnerable, y los ministerios que de ella derivan, están motivados únicamente por el Evangelio de Jesucristo, y nuestros esfuerzos resultantes son obras de misericordia—un ministerio esencial de nuestra Iglesia.
Animamos a cualquier persona que desee conocer los hechos sobre la labor de la Iglesia Católica en esta área, o aclarar conceptos erróneos o inexactitudes relacionadas con los ministerios de migración, a encontrar la información más precisa en (en inglés): usccb.org/resources/migrationclaims.pdf.
Reverendísimo John P. Dolan
Obispo de Phoenix
Reverendísimo Edward J. Weisenburger
Obispo de Tucson
Reverendísimo James S. Wall
Obispo de Gallup
Reverendísimo Eduardo Nevares
Obispo Auxiliar de Phoenix